martes, 10 de agosto de 2021


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Luis Antonio Vidal
@vidal_38



 
Covid, movilidad e indiferencia
Divide opiniones la disposición oficial de restringir la movilidad ciudadana de las once la noche a las cinco de la mañana.

Quienes están a favor, aplauden la decisión en virtud del alto número de contagios por coronavirus.

Quienes se oponen, la califican de innecesaria, exagerada y violatoria de derechos humanos. Hasta le llaman toque de queda, aunque dicho sea de paso, muchas de esas voces integran una tropa de sistemática oposición al régimen.

Es la medida, sin embargo, una consecuencia por tanta indiferencia y desobediencia ciudadana. Cuando las palabras y los buenos modales no funcionan, hay que recurrir a medidas punitivas como se hará ahora, con multas y arrestos.

Más de 600 contagios diarios y 300 hospitalizados por Covid-19 no han sido suficientes para, siquiera, infundir temor en buena parte de la población cuyo desparpajo le hace llevar una vida relajada.

Hay que hacer efectivo el precioso derecho de hacer lo que a otro no perjudica, expresó alguna vez el escritor e ideólogo de la primera reforma en el país, José María Luis Mora, respecto a las libertades civiles.

Pero en nuestra tierra tropical no entendemos, cualquier ocasión es válida para burlar la autoridad y las medidas sanitarias, todo con tal de hacer lo que se venga en gana.

Apenas se abrieron plazas comerciales y se soltó tantito la rienda, como al caballo blanco, la gente abusó. Como Adán y Eva, o como la mujer de Lot, la desobediencia se paga. Un boomerang contra la salud de uno mismo. Y ahí están los contagios disparados y las filas interminables para someterse a una prueba de Covid.

Pero no sólo es la irresponsabilidad, sino la evidente indiferencia ante la tragedia, al sufrimiento ajeno, a los hospitalizados, a las familias que padecen el dolor de la enfermedad.

Sobre ese comportamiento humano, magistral es la ilustración de Elie Wiesel, judío sobreviviente de los campos de concentración nazi, cuya amarga experiencia le dio autoridad para hablar de la indiferencia como algo tentador e incluso seductor.

Leamos esta verdadera joya: “Es extraño y pesado implicarse en el dolor y la desesperación de los demás. Para una persona indiferente sus vecinos carecen de importancia. Por tanto, sus vidas carecen de sentido para él. Su dolor oculto o incluso visible no le interesa”.

Ante el desorden, la indiferencia y la apatía, el ejercicio del poder.

domingo, 8 de agosto de 2021

 

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Luis Antonio Vidal

@vidal_38

Tabasco y la tragedia de 1918





Ya en alguna ocasión se compartió en este espacio algo de lo ocurrido en Tabasco a finales de 1918 durante la influenza española.

Hoy vale la pena recordar aquella crisis sanitaria de fatales consecuencias ocurrida el siglo pasado. Quizá de alguna manera sirva de reflexión. El siguiente relato pertenece a Pepe Bulnes y nos remonta a la Villahermosa antigua, de nuestros padres y abuelos, con sus costumbres y pesares:

“Los médicos yerbateros aconsejaban, como profilaxis y terapéutica, tomar cocimientos de agua de borraja, linaza, cebada y pelo de maíz con limón y bicarbonato, infusiones alcohólicas con calahuala, huaco, corteza de guayabo, palo mulato y cocohite.

“Y como prevención hubo necesidad de clausurar el teatro “Merino”, el “Cine Club” y los templos de Esquipulas, La Punta y Santa Cruz para evitar aglomeraciones. Para entonces se registraban más de cien defunciones diarias.

“En esa época llovía, como dicen, a cántaros. Día y noche. Se inundaban las calles. Las lagunerías rebasaban su nivel; y ríos y arroyos salían del meandro. Eran días y noches de continuo llover. La población villahermosina agonizaba en sus casas, fallecía o a veces en la calle caía muerta.

“Las calles permanecían silenciosas, desiertas, abandonadas como olvidados cementerios. A la distancia se escuchaban las pisadas de algún desesperado que anheloso corría a la botica por una medicina o al hospital en busca de auxilio.

“Clavadas en las jambas de las puertas, sobresalientes banderines amarillos, blancos o negros, como señales que servían de aviso para la enfermedad. Las amarillas indicaban la tenencia de un atacado. La blanca sin novedad. La negra, la muerte.

“Esporádicamente abrían sus puertas los templos de Esquipulas, La Concepción y Santa Cruz, para desahogo y consuelo de desesperados. Mil luces en los altares. La gente de hinojos con los brazos en cruz, frente a los Cristos y vírgenes indiferentes al dolor humano. Los rezos invadían las naves.

“Los estoraques de los sahumerios subían en espirales y las lengüitas de fuego santo parecían alargarse hasta el cielo, clamando misericordia para los agonizantes, mientras los creyentes derramaban lágrimas para sus muertos o imploraban salud para sus familiares.

“Y afuera… a veces cerca, a veces lejos, se oía el chirrido lúgubre de las carretas de don Juan García Valencia, de don Miguel Hernández o las de Rosalino Sanlúcar, con cadáveres recogidos de las casas, calles o callejones, llevándolos al cementerio para incinerarlos al fondo de la capilla. “Las carpinterías de los maestros Darío López, Patricio Castro, Carmen Cortázar, Herminio López, Isidro Ortíz y don Apolinar Sanlúcar trabajan día y noche fabricando cajas de muerto sin estética.

“La gente de los barrios fue la más castigada por el terrible mal. Santa Cruz, Casa Blanca, Esquipulas, El Camino Real, La Pólvora, La Punta, Mayito, El Mustal, Tierra Colorada, El Arroyo, Jolochero, Macayal, etcétera, y los circuitos Guelatao, El Rastro, La Pólvora y Puerto Escondido.

“En el interior de las casas ardían fumigaciones, braceros chisporroteando por las hojas secas de pimienta, azufre, cloruro, potasa, conchas de tortuga convertidas en recipientes con ceniza empapada de vinagre detrás de las puertas, mientras las ollas de barro, cazuelas y sartenes de peltre o calderetas de latón permanecían abandonadas sobre los fogones apagados porque, al parecer, nadie cocinaba, nadie tenía hambre porque había huido espantada ante la presencia de la muerte. Familias enteras desaparecieron. La influenza española costó a Tabasco más de 7 mil víctimas”.

Hasta aquí el relato. Terrible historia. Meses de miedo, dolor y muerte.

Cien años después, vivimos otra tragedia, enfrentamos otra adversidad ahora con vacunas, medicamentos, hospitales.

Que el pueblo reflexione y haga su parte hoy para frenar el virus. Prudencia, disciplina, responsabilidad. ¿Es mucho sacrificio?

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