(15/01/14)
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Luis Antonio Vidal
Mateo Jacinto: sentenciado post mortem
La noticia se publicó en la portada de los diarios
locales, el pasado viernes 10. La Procuraduría General de Justicia había
detenido a una banda de secuestradores en Huimanguillo, entre ellos, policías
municipales que, en vez de servir a la sociedad, presuntamente militaban en el
bando de los rudos.
Un rotundo éxito, se presumió, adjudicado al equipo
de inteligencia de Fernando Valenzuela y
sus muchachos. Aplausos.
Poco duró el gusto. El gozo se fue al pozo.
La madrugada del sábado 11, los vítores y elogios
se convirtieron en angustiosa incertidumbre.
En manos de agentes ministeriales falleció un
policía detenido, de nombre Mateo
Jacinto Rodríguez, acusado de estar involucrado con la delincuencia
organizada.
Y ahí se derrumbó el castillo de arena. La PGJ pasó
de acusadora a acusada.
Presunto inocente
Mateo gozaba de la presunción de inocencia, una
garantía procesal de acuerdo al marco jurídico vigente en México. En pocas
palabras, era inocente hasta que se le probara lo contrario.
No obstante, más allá de la situación jurídica del
detenido, el caso dio un giro de 180 grados. Mateo murió por un infarto al
miocardio, porque no tuvo una atención médica oportuna en el hospital Juan
Graham.
Y entonces las dudas sobre tortura y negligencia
médica aderezan este caso, convertido ya en un escándalo nacional.
Es la hora que el flamante secretario de Salud, Juan Filigrana, no ha explicado a la
prensa, para que le transmita a la sociedad, qué fue realmente lo que sucedió
la madrugada del sábado.
Si la Secretaría de Salud no acepta preguntas,
simplemente es porque no tiene respuestas. Desde muy arriba se protege a Filigrana
que de salud conoce lo mismo que este redactor sabe de física cuántica.
En este caso, el gobernador Arturo Núñez ha cumplido su palabra, y eso hay que reconocerlo. No
ha salido a dar la cara por su amigo Secretario… pero tampoco le ha permitido al
funcionario dé la cara a la ciudadanía por lo sucedido en urgencias de un hospital
del sector del cual él es responsable.
Como dice la sentencia popular, a Valenzuela le
cayó el muerto, porque su dependencia giró un boletín donde se acusó que no
había personal médico de guardia que atendiera al infartado. El Procurador
rectificó al día siguiente, el domingo 12. Corrigió la plana y calificó esa
recriminación descrita en el boletín como un “lamentable error de redacción”.
Como no se le puede someter al polígrafo, con las
reservas del caso hay que creerle al Procurador cuando dice que sí había
médicos y que sí atendieron a Mateo.
Este nuevo expediente, de la muerte de Mateo, ya
está en manos de la PGR.
Condenar a
un muerto
Además de demostrarle a la PGR que Mateo no fue
sometido a tortura y que sí fue atendido con oportunidad en el Juan Graham
(como seguramente sucede con toooodos los que acuden a ese hospital a la una de
la madrugada), la PGJ tiene otro desafío: comprobar que el oficial Mateo
Jacinto era culpable del delito que se le imputó.
Porque de acreditarse en tribunales la inocencia de
los otros detenidos –y en consecuencia la del hoy finado – la PGJ tendrá en su
palmarés otro imperdonable error: provocar el deceso de una persona arrestada
sin motivo alguno.
Así que jure usted, o apuéstele a su vecino doble
contra sencillo, que la Procuraduría encontrará elementos suficientes para
sentenciar a los policías detenidos de Huimanguillo y serán puestos a
disposición del juez para que pronto los entambe.
Para justificar su detención serán declarados
culpables, misma suerte que habría corrido Mateo
Jacinto.
Para la PGJ es prioritario, vaya, es indispensable demostrar
la culpabilidad del muerto.
O lo logra, o los altos mandos vivirán el resto de sus
días en la ignominia, al haber detenido a un inocente y causarle la muerte.
De esa atípica sentencia
post mortem también depende el futuro político de su titular.
De los males, el menor, reflexionaría el gobernador
Núñez.
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